Serie compuesta por 57 fotografías.
Edición de 100 ejemplares. Agotado.
Lerín, Navarra.
La capacidad de recordar, almacenar imágenes, sensaciones y emociones que quedan en la mente, es lo que comúnmente se denomina memoria. La memoria distorsiona los recuerdos para inventar las causas de una consecuencia.
Al no haberse llevado a cabo ninguna investigación arqueológica en la zona, los expertos datan las cuevas de Lerín a finales del S.X, sin descartar indicios de vida en ellas anteriores a esa fecha.
Habitadas hasta los años 50, debido al comienzo de los desplomes, se provocó una migración de la población a unas viviendas contemporáneas. Antrum muestra este proceso de abandono físico e intangible de la memoria compartida por un lugar y una población concretos.
Series of 57 photographs.
Edition of 100 copies. Out of print.
Lerín, Navarre.
The capacity to remember, to store images, sensations and emotions that remain in the mind, is what is commonly known as memory. Memory distorts memories to invent the causes of a consequence.
As no archaeological research has been carried out in the area, experts date the caves of Lerín to the end of the 10th century, without ruling out signs of life in them prior to that date.
Inhabited until the 1950s, due to the beginning of the collapses, the population migrated to contemporary dwellings. Antrum shows this process of physical and intangible abandonment of the shared memory of a specific place and population.
La naturaleza secuencial de un proceso en el que la influencia de una capa exterior se ve, a su vez, afectada por las capas más próximas, se podría ver como una metáfora que describe la búsqueda, el camino, el propio proceso en sí, que nos lleva a un lugar concreto: el núcleo, lo concéntrico, el origen o, como se describe en algunas filosofías, la iluminación.
En realidad, la búsqueda es el proceso en sí, es ir despojándonos de capas, como finos estratos de tierra sobre tierra, secuencialmente, obedeciendo a otras leyes que igualmente, se depositan unas sobre otras, amontonándose hasta crear un volumen que lo cubre todo.
En esa búsqueda se establece un método, el sistema que nos transporta hacia el próximo lugar, la siguiente capa, el movimiento continuador. En toda estrategia de desplazamiento, de profundización, el método constituye un elemento constitutivo esencial, pues alumbra el proceso mismo de búsqueda. Es una lógica que se construye y guía la aprehensión de la realidad, por tanto, no precede, sino sucede. De este modo, es necesario seguir la lógica del objeto que se va construyendo, guiarse intuitivamente hasta ese fin, hasta el núcleo. En ese sentir guiado por la intuición, es igualmente importante tomar consciencia del propio movimiento como motivador y al mismo tiempo, motor generador del objeto buscado.
Por lo tanto, cada búsqueda implica un descubrimiento y todo descubrimiento real determina un método nuevo que debe excluir el método anterior. Y en ese movimiento, volvemos a los estratos, método sobre método, descubrimiento sobre descubrimiento, que, en realidad, es desprenderse, es desapegarse para llegar a lo auténtico.
En su proyecto, Echeverria vivió la experiencia del movimiento como metáfora del propio proceso creativo. Hubo un desplazamiento desde lo externo hasta el interior, el núcleo despojado de capas. Sin embargo, en este camino, al principio, nos solemos enfrentar a una la resistencia, una fuerza que nos hace permanecer paralizados, en quietud para observar desde lejos. Es una actitud motivada por el acomodamiento al lugar que se conoce, la conveniencia de no enfrentarse a esos espacios tangenciales que implican la búsqueda, que son la búsqueda en sí. En la quietud está la comodidad, la conformidad de lo que se conoce, la aceptación. Implica el espacio teórico, pero no hay movimiento físico, aun no existe el objeto construido. Pensar una obra como método y camino es iniciar una travesía que se despliega en medio de la tensión entre la fijeza y el vértigo. Si se quiere dar el siguiente paso, hay que empezar admitiendo que, como creadores, huimos de la distensión de la realidad y nos valemos de la búsqueda como portadora a las otras realidades, aquellas que se encuentran en ese proceso de despojar capas y que nos conducen a los lugares más profundos.
El trayecto hasta llegar al interior de la cueva ha sido el proceso que Echeverria ha empleado como búsqueda, pero esencialmente, para eliminar los propios estratos del camino. Cada capa era una lámina de información, de carga de memoria, un testimonio cultural, histórico, geográfico. Por esta razón el método no precede a la experiencia, el método emerge durante la experiencia y se presenta al final, tal vez, para un nuevo viaje, una nueva meta, una nueva creación. “La experiencia -dice Zambrano -precede a todo método. Se podría decir que la experiencia es a priori y el método a posteriori. Mas esto solamente resulta verdadero como una indicación, ya que la verdadera experiencia no puede darse sin la intervención de una especie de método. El método ha debido estar desde un principio en una cierta y determinada experiencia, que por la virtud de aquél llega a cobrar cuerpo y forma, figura. Mas ha sido indispensable una cierta aventura y hasta una cierta perdición en la experiencia, un cierto andar perdido el sujeto en quien se va formando. Un andar perdido que será luego libertad.” (Zambrano, M. Notas de un método. Mondadori, Madrid, 1989, p. 65).
Así pues, de esta búsqueda y encuentro con el núcleo, se integran las estructuras y funciones psicológicas y físicas, como una visión completa del complejo mente-cuerpo. Hay un desplazamiento físico que nos lleva al interior de la cueva pero también la renuncia de la imagen, desposeerse de la información hasta llegar a la negritud, la oscuridad como compendio de un todo. En realidad, no es la falta de luz como renuncia a lo sustancial, sino el propio encuentro con ello. Y allí nos deja Echeverria, con la última imagen, su última zancada en ese camino de búsqueda.
Paula Anta
El tipo de duración de la voz dificulta su arqueología. La voz es una realidad radicalmente ausente. Se puede escuchar una voz perdida y aun así, ignorar su procedencia, no la convierte en inverosímil. Resulta, sin embargo, imposible considerarla plenamente real. La voz es autónoma: es por sí sola un fantasma audible, un cuerpo que no existe, durante la audición; tampoco como imagen. De hecho la propia fotografía demuestra que la una y la otra, la imagen y la voz, son íntimamente escindibles.
Esta condición de distancia la inmaterializa. Esta inmaterialización única de la voz convierte en natural lo ausente. Derrida, en el argumento contrario, confiere a la voz pronunciada a uno mismo, la voz interior, el origen de la lógica implícita en la fenomenología; le atribuye a la voz la culpabilidad de la búsqueda del absoluto propia de toda metafísica. Pero no por ser un objeto vagante, casi fantasmal, como la voz perdida en la nada, sino por todo lo contrario: por su inmediatez. La verdad última, el sitio donde no hay distancia entre lo uno y lo uno mismo, el lugar donde no transcurre el tiempo, es la voz; la verdad resulta tan similar a la carencia de sonido de la voz interior que todo juego metafísico es un intento de regreso a la voz, un recorrido en la luz de su sombra. El modo de presencia específico que se produce cuando pronuncio una palabra en el silencio de la mudez es el origen del sueño de la verdad.
No es el caso de este texto especulativo. En él no se habla de la voz dicha a uno mismo, de la voz íntima y sus reflejos. Se habla de la voz sin origen, sin fuente, la voz vagante, la voz que llega de un lugar perdido, la voz que inventa la posibilidad de que algo esté, incluso la posibilidad de que algo no esté para ser real. No se habla aquí de la voz inmediata, sino de la voz que existe sólo en curso, de la voz extraviada.
El sonido de una voz que vaga en la nada no necesita de una boca. Se puede especular que esta carencia de origen es debida a que en toda voz no resulta imposible pensar su separación del pasado, su vida autónoma respecto del cuerpo que la emitió; incluso de forma más enigmática que separar la voz del cuerpo que la emite (en estos mismos instantes) no es antinatural, que la voz no tiene nada que ver con la boca de la que sale. De ahí que en la voz sea imposible una arqueología.
O tal vez también se pueda pensar que en la voz es imposible una arqueología porque coincide de forma precisa con su pasado, con el pasado. La voz es siempre un pasado, el último pasado, el punto de partida.
La hipótesis de que la cavidad, la caverna, sea una voz vacía; que la garganta sea fruto de la voz y no al contrario; que el sonido se detiene en la garganta, en una cavidad, como el final aluvial de un río, de una voz, que vino de otro lugar; que las paredes de la cueva son el lugar donde terminó un sonido; que la caverna es el pasado de una voz.
A propósito de Antrum, trabajo fotográfico de Mendia Echeverria.
Albert Corbí